Porqué el mundo necesita de los maestros

Los maestros
“La educación es un capital puesto a interés por las generaciones presentes para las futuras”, decía Sarmiento."Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo", sostenía Cortázar.

por Viviana García Sotelo

La respuesta es simple, porque nadie nace sabiendo, porque nos enseñan a llorar a penas salimos del interior seguro de nuestras madres, porque desde ese primer día nuestra vida será un proceso continuo de enseñanza y aprendizaje. Y los maestros que pasarán por nuestra vida serán muchos, algunos amaremos, con otros discutiremos y a otros no los amaremos tanto.

Amado por unos, odiados por otros, Domingo Faustino Sarmiento fue nuestro gran maestro, porque la educación Argentina comenzó a tener importancia a partir de la presidencia de este hombre, que fomentó la inmigración y se preocupó por traer docentes desde el exterior para copiar el modelo europeo en nuestras aulas. En aquel momento uno de los más destacados en el mundo.

Sarmiento construyó escuelas y bibliotecas, al terminar su mandato, el cupo de alumnos se había duplicado en Argentina. Y si bien él sostenía que la educación de los jóvenes era prioritaria de los padres, sabía que un hombre educado era un hombre libre. Por ello buscaba enseñarles a los chicos a pensar para habilitar su pensamiento y así sacar provecho práctico de los conocimientos.

“La educación es un capital puesto a interés por las generaciones presentes para las futuras”, decía Sarmiento. “Necesitamos hacer de la República una escuela”. Y como si estuviera leyendo un libro del futuro insistía que “Tenemos que educar al mayor número de hombres, para aumentar el número de gobernantes aptos”.

Acusado de “vende patria”, y tantas cosas, Sarmiento tiene sus grandes detractores, pero hoy estos consejos dichos hace más de una centuria de años, tienen tanta vigencia como entonces.

“No hay progreso real en educación que no comience por la infancia y por el pueblo. La República debe ser una gran escuela, donde todos aprendan a leer, donde todos se ilustren y constituyan así un núcleo que pueda sostener la verdadera democracia. La Libertad es, pues, un capital. Legar la libertad a sus hijos es la mejor y más productiva herencia que una generación .Puede dejar a otra”, sostenía el Gran Maestro argentino.

Julio Cortázar en un artículo publicado en 1939 en la Revista Argentina y firmado por él como profesor, graduado en letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires, decía.

“Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que ya casi es presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de Escuela Normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue.

Y que la lectura de estas líneas –que no tiene la menor intención de consejo- podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener.

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro tiende hasta la inteligencia, hacia el espíritu y finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal, permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña –yo diría mejor: del que construye descubriéndose pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar «un maestro correcto». Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina.

Algún maestro así habremos tenido todos nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina.

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a ser educadores. Y la pregunta surge, entonces, imperativa: ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia al progreso”.

La educación argentina y los premios Nobel

La educación argentina siempre ha estado a la vanguardia de muchos países, logrando niveles mundiales de excelencia en la década del 60. De hecho el país cuenta con tres ganadores del Premio Nobel en ciencias: Luis Federico Leloir,Bernardo Houssay y César Milstein.

En el índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, Argentina (0.946) esta en el puesto numero 40 de calidad de educación a nivel mundial y en el número 3 de Latinoamérica, los países con mejor Educación de América Latina son Cuba (0.993), Uruguay (0.955) y Argentina (0.946).[1] En los rankings internacionales de las 500 mejores universidades del mundo, aparecen unas pocas universidades de Argentina. En todos la mejor posicionada es la Universidad de Buenos Aires. En QS World University Rankings, aparece en el puesto 326 en 2010. Aunque este lugar fue mejorado en el 2011, ya que la UBA avanzó al puesto 270.

Con los años uno aprende y se convierte en maestro

Como decíamos al comienzo, nadie nace sabiendo, pero a lo largo de nuestra vida todos nos convertimos en maestros, de nuestros niños, de nuestros pares, y como maestros no se acepta un “no sé” como respuesta a un alumno. Por esto ser maestro se convierte en una aventura inexplicable, uno va aprendiendo y se convierte en un maestro aunque no lo haya decidido así.
Por esos maestros de la escuela, que a diario enfrentan decenas de cabecitas ansiosas por preguntar a la vez, curiosas de saber. Por los maestros de la vida, esos que nos encontramos en la calle o en el trabajo. Y por esos maestros que fueron (y son) los más importantes para nosotros, nuestros padres, feliz día, por favor no dejen nunca de enseñarnos.

Fuente: MDZol

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