Declinación educativa: negar la realidad

El informe PISA ubica al país en el puesto 58° sobre 65 naciones, con un descenso de cinco puestos de 2006 a la actualidad

deplorable que, frente a la triste realidad de la educación argentina, descripta por el más reciente informe internacional PISA, las autoridades nacionales eludan una autocrítica y opten por cuestionar la citada evaluación.

El informe PISA 2009, conocido días atrás, se refiere a una prueba destinada a evaluar a los alumnos de la escuela media, de 15 años, en tres áreas principales de estudio: matemática, lectura comprensiva y ciencias. Este instrumento se aplica cada trienio y los resultados logrados permiten ser cotejados con los anteriores, ya sea en el mismo país o confrontándolos con los de otras naciones. Su aplicación permite así establecer fundadas comparaciones acerca de la evolución de la calidad de la enseñanza, en contenidos básicos, en los países que se someten a ella. PISA es un recurso respetado, conducido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que, el año pasado, puso a prueba a 470.000 estudiantes de 65 naciones en el mundo.

Según el informe citado, en el lapso que va de los años 2000 a 2009, el puntaje alcanzado por los alumnos argentinos descendió 20 puntos, de 418 a 398. De acuerdo con ese resultado, nuestros estudiantes se ubican en el puesto 58°, lo que significa un descenso de cinco puestos en relación con la prueba efectuada en 2006.

Estados y ciudades orientales encabezan el ranking (Shanghai, Hong Kong, Corea del Sur), en el que también ocupa un lugar destacado Finlandia. En una consideración limitada a los países latinoamericanos, Chile ha encabezado lo referente a la comprensión de lectura y los temas de ciencias (en ambos casos, se ubica en el puesto 44°) y Uruguay lo logró en matemática (puesto 47°).

Los bajos resultados de nuestros alumnos, mirados con objetividad, no sorprenden. Sin pretender agotar la mención de los males que viene padeciendo nuestra escuela, bastaría recordar las brechas de las desigualdades financieras y de recursos educativos entre las jurisdicciones; la grave declinación motivacional de los alumnos y su falta de disciplina para la tarea educativa, y las frecuentes interrupciones de las clases por reclamos sindicales docentes o por protestas de los alumnos, que impiden cumplir con un modesto ciclo de 180 días.

A todo eso hay que agregar que la escuela debe ceder tiempo de enseñanza para cumplir otros deberes de alimento o contención afectiva. En consecuencia, la decadencia de nuestra escuela era previsible y se viene concretando en el alto número de aplazados, repitentes y desertores. Es pertinente añadir aquí un interrogante del Corriere d ella Sera, citado en un comentario sobre el informe PISA publicado el jueves último: "¿Qué fue del país [la Argentina] que tenía no sólo los mejores índices educativos de América latina, sino de todo el mundo de habla hispana?".

Es importante subrayar, también, que ese problema de descenso de calidad no es ajeno a las tristes cuestiones de la pobreza y desorganización de muchas familias. Es cierto, desde luego, que la suma de razones adversas reduce otros beneficios, como los de un mejor financiamiento educativo (distribuido sin equidad) o las intenciones de la legislación educativa de la última década. Pero es obvio que resta mucho por hacer, recuperar, replantear.

Ahora bien, ante los decepcionantes resultados del informe PISA llama la atención que el ministro de Educación, Alberto Sileoni, haya elegido el camino de criticar la evaluación efectuada en vez de proponer medidas para solucionar la densa problemática vigente en nuestra enseñanza.

Más allá de que ninguna prueba que tenga por objeto la estimación de los aprendizajes adquiridos es perfecta, lo que se impone es seguir trabajando para recuperar los valores perdidos, promover una distribución más equitativa de los medios disponibles en cada jurisdicción, estimular de modo constante la acción coordinada de la comunidad escolar, apoyarse en una pedagogía del esfuerzo y seguir afrontando las pruebas PISA para poder medir con un criterio probado los avances de nuestra evolución.

Sin embargo, si no existe toda una comunidad convencida de que la educación es la piedra basal de la sociedad del conocimiento, y que además imponga ese convencimiento a las autoridades para que se vea reflejado en las políticas públicas por seguir, no nos será fácil salir de nuestra ya prolongada debacle educativa.

Fuente: La Nación

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