Altanería letal

(Especial para NA, por Pepe Eliaschev) -- El asesinato de Mariano Ferreyra puso muchas cosas al desnudo.
Acribillado a balazos, este cadáver es una muestra desesperante de una descomposición nacional.
Primera revelación: el trabajo en negro, o "tercerizado", es una desgracia de la que en muchas ocasiones se aprovecha cínicamente el sindicalismo formal.


La balacera en la que Ferreyra perdió la vida involucró a gente que pertenecía teóricamente al mundo del trabajo. Los que querían ser incluidos, personal ferroviario conchabado de manera precaria, estaban de un lado. Del otro se colocaron grupos de empleados en blanco del sector, a quienes se sumó una pandilla de pistoleros, proveniente del hampa de las barrabravas.
Piedrazos. Gritos. Amenazas. Disparos. Ferreyra muerto. Elsa Rodríguez, gravísima, con su cráneo perforado por un proyectil.
Primera revelación: la exclusión social, sobre cuya desaparición se hace gárgaras el Gobierno, es un veneno que intoxica los vínculos dentro del propio mundo del trabajo. No es solo un tema de burgueses explotadores y oligarcas desalmados. Es también una cuestión de complicidad sindical. Y de gravísima omisión oficial.
Pero hay más. Con absoluta y temeraria desaprensión, desde el Gobierno se manipuló aviesamente la versión de que el crimen habría sido impulsado por el ex presidente Eduardo Duhalde.
La especulación, montada sobre la crónica de una reunión del Dr. Duhalde con el dirigente ferroviario José Pedraza celebrada hace más de un año, fue asumida y meneada directamente por el sistema oficial de medios.
Se valieron de una grosera conjetura de un medio digital del conurbano llamado El Vigía y que reporta de manera bastante directa a la intendencia de Avellaneda, pero luego de advertirse claramente la noticia de aquel encuentro de Duhalde con Pedraza se había publicado un año atrás en un respetado medio nacional, el matutino especializado El Cronista, esa red mediática oficial retrocedió, tartamudeando confusamente.
Tuvieron que rectificarse y pedir disculpas, tanto el programa gubernamental de TV 6,7,8, como el citado medio de Avellaneda.
Eso no fue lo más grave. El propio jefe de la CGT, Hugo Moyano, meneó hasta el jueves la falsedad de la autoría de Duhalde (especie, por otro lado, absurda, ¿para qué y por qué querría asesinar el Dr. Duhalde a un anónimo activista del Partido Obrero?).
O sea que también Moyano se arrastró en la caída. Se demostró nuevamente en los espasmos de improvisación y miopía que ya son endémicos en el área oficial. Pero para la línea de comando de la CGT, el tropezón del jefe de los camioneros resulta particularmente gravosa.
Moyano venía levantando decibeles de agresividad. Pedía que las empresas compartan utilidades con los sindicatos y advirtió que si Julio Cobos tuviera un bien desempeño en las presidenciales del año que viene, los sindicatos le harían la vida imposible. Ya sucedió en 1983 y 1989, y entre 1999 y 2001.
Es una vieja y desafortunadamente eficaz práctica del sindicalismo partidario argentino.
Otro dato clave que el asesinato de Ferreyra puso negro sobre blanco fue la constatación de que hay un espeso entramado de negocios entre los sindicatos, el Gobierno y ciertas concesiones privadas.
En el caso ferroviario esto es evidente. Y Pedraza comparte con Moyano esa realidad de mantener conspicuas alianzas dinerarias con el Estado y la patronal. Han amasado una formidable masa de poder y ese es un dato que quienes asuman el gobierno en diciembre de 2011 deberán contemplar, como principalísima y formidable limitación.
No se debe dejar de lado otro rasgo potente en los hechos sangrientos de la semana. Presentados como aliados necesarios de un proyecto ‘progresista‘ al servicio de un modelo ‘nacional y popular‘, los jefes sindicales mostraron su alma profunda.
Al tener que enfrentarse con militantes de un partido abiertamente marxista, como lo es trotskista Partido Obrero, los veteranos gremialistas dieron rienda suelta a un anticomunismo vetusto como la guerra fría, esgrimiendo palabras como ‘zurdos‘, ‘rojos‘ y otras lindezas.
Tuvieron que salir de su kirchnerismo explícito camaradas de rutas del Gobierno, como Martín Sabatella, Hugo Yasky y el profesor Ricardo Forster, para desmarcarse y condenar el asesinato.
Pero ellos saben mejor que nadie que el sistema de poder de Moyano y jerarcas sindicales como Pedraza no se hubiera edificado con tanta fuerza y alcances durante estos años sin el permiso explícito y la tolerancia afirmativa del Gobierno.
Hay una derrota especialmente dañina para el Gobierno. Al no haber podido, sabido (o querido) expresar verdadero pesar y humana calidez ante la muerte violenta del militante Ferreyra, el Gobierno debe ir olvidándose de sus pretensiones de recuperar el ánimo positivo de la clase media.
Es posible que a gran parte de esa clase le esté yendo económicamente bien por ahora, pero ese bienestar no compensa la inmensa y desagradable sensación de repudio a la violencia, a la inseguridad y al dogmatismo ideológico que mucha gente percibe y atribuye al Gobierno y a la Presidenta.
Esta percepción es profunda y supone un altísimo umbral para ser superado por la altanería de la conducción oficial en el corto y mediano plazo

Fuente: D. Norte

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