Lanzarse a la mar

Claudia Araujo

¿Por qué se dedica a esto y no a otra cosa? La pregunta tomó por sorpresa a la ansiosa mujer apurada por mostrar las actividades de sus alumnos. De inmediato se le encendieron los ojos y con la mirada fija en algún recuerdo respondió: “Es lo que me sale, lo recibí de mis padres y me gusta dar”.

A la misma pregunta, un profesor con ocho años de antigüedad en una escuela técnica contestó: “Hago otras cosas, pero la docencia es diferente, uno siente que todavía hay mucho por mejorar”. A esas dos apreciaciones se puede añadir que trabajar con chicos siempre será una tarea gratificante, por tratarse de una etapa de formación o porque quienes lo hacen sienten que la vida profesional les da una suerte de revancha. Otro año más El próximo sábado se cumple otro Día del Maestro y por ello quisimos reflotar algunos aspectos de esta noble profesión, vocación, servicio u oficio, como se prefiera llamar. Pero también a algunos de sus retos actuales. Hace un año, antes de asumir, el actual ministro de Educación alentaba a los maestros a reenamorarse de su profesión. En principio, muchos pensamos en cuán bien sonaba aquella frase. Otros —no sólo docentes— también reflexionamos sobre cómo sería volver a enamorarnos de esas elecciones personales que derivaron en nuestro presente. Ahora, a la distancia e independientemente de las buenas intenciones de los gobernantes, podemos reafirmar con certeza que la mayoría de los docentes ama su profesión y que como todo amor incondicional, con yerros y adversidades, al cabo de un tiempo se lesiona con desencantos y traiciones. No obstante, un amor —a diferencia de un enamoramiento— se sostiene en el día a día con una visión de perdurabilidad y con confianza en sí, en el otro y en su constitución. Con todo en contra Condicionadas por lo económico, social, cultural, la edad, el género y hasta terceras opiniones, hubo varios tipos de respuestas y todos para confirmar una misma percepción: que así como el corazón tiene razones que la razón no comprende ni puede explicar, elegir una profesión tan compleja como el magisterio no es azaroso. Basta con mencionar, por ejemplo, a aquellos pioneros que solos, perdidos en medio del monte, sostenían las banderas de llevar conocimiento y progreso a olvidados parajes de la geografía. O a los que todavía hoy hacen patria peleándole a la adversidad de un presente urbanizado y tecnificado, que a duras penas les permite cumplir la mínima ambición de dictar una hora de clase. La percepción (absolutamente personal) es que no hay maestro que no quiera a su profesión, que tal vez los haya menos dedicados y poco preparados porque no cualquiera es maestro, ni puede fingir serlo por demasiado tiempo sin revelarse (y rebelarse consigo). Buenos y malos Hay malos docentes, cómo negarlo. Pero los hay en la misma proporción que malos periodistas, malos médicos y malos actores. Como sociedad y cultura estamos empobrecidos y con severas limitaciones. Tenemos graves problemas estructurales en general y hasta en los mínimos actos de civismo cotidiano. Están lesionados los valores y las instituciones. A menudo escuchamos endilgarle a las jóvenes generaciones deficiencias en su formación y que ningún instituto, carrera universitaria o posgrado podrá revertir. Escuchamos hablar a esos malos docentes y dudamos de su capacidad para llevar una clase, alentar al estudio y a la autosuperación. Pero no son los únicos, insistimos. Los hay mejor preparados que de los de antes, los hay aguerridos, con agallas, creativos y solidarios. Ejemplos abundan y negarlo sería un terrible acto de injusticia. Diferente de otros Una diferencia con los maestros de hace dos, tres y más décadas es que nunca tuvo a tanta gente diciéndole cómo hacer su trabajo. Desde la carrera donde se forma hoy, pasando por sus superiores directos, los técnicos, los sindicatos, sus alumnos y los padres de sus alumnos, los periódicos, los notables y cuanta nueva tendencia seduzca a quienes definen las políticas educativas. Lo que en otras profesiones es actualización y capacitación, en el docente es deuda social e histórica con el futuro de un país. Lo que para otras ocupaciones es protestar por un mejor salario, en los maestros es vulnerar el derecho a la educación de los chicos. En resumen, no es fácil ponerse hoy un guardapolvo y decir: ‘Soy docente’. Hoy muchos de los jóvenes que acuden a los terciarios por un título de profesor reconocen que lo hacen por obtener un trabajo más estable y en un sendero considerablemente más accesible que en una universidad. Pero hasta en los casos más extremos de matrimonios por conveniencia, a corto o largo plazo subsiste en ellos un amor incondicional. Saber confiar De regreso a la propuesta de reenamorarse cada quien de su deber primero, sabido es que cuando más intensas son las idealizaciones y los apasionamientos, más altas son las probabilidades de terminar en un terrible desencanto. Por su fuerte componente social, la elección de los trabajadores de la educación se encuadra probablemente entre las más difíciles. Como en los deslumbramientos entre personas, a menudo son muchas más las razones para la decepción que las razones para celebrar estar juntas. Eso dependerá de quien elija lo que quiera para sí. Además, convengamos, las exaltaciones en la vida son más bien propias de los primeros años y luego todo se va apaciguando, un tanto por la experiencia y otro tanto por mero paso del tiempo. Antes de abrirse a la mar un barco, antes de lanzarse a una nueva empresa una persona, primero estuvo el sentimiento y el deseo. Al cabo de un tiempo lo que queda es la experiencia, el saber y la confianza. Tres elementos que las escuelas poseen hoy y que, lamentablemente, pocos ven.

Fuente: Norte

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